CAMINANDO ENTRE LAS XANAS (Valle de Ponga) (2018)

 

A Segundo, y a la buena y sencilla gente, como él.

A los que pasando de los 50, todavía creen y luchan.


La vida es demasiado corta 

como para estar enamorándose de lo común

(y yo, ...no suelo enamorarme de lo común.)

Esta vez, empiezo el relato por donde había terminado, con una hermosa reflexión sobre la generosidad en belleza de este lugar, del que me confieso enamorada.

Y es que estas tierras asturianas exhalan magia y me dejo seducir fácilmente por su belleza. La naturaleza ha sido generosa con ellas derrochando hermosura por todos sus rincones, bosques, mares, montaña, pueblos.... Y cuando vengo siempre sumerjo mis ojos en estos campos tratando de abarcar cimas y valles, de llenarme del verdor de sus prados, de la sencillez de  sus gentes, como Segundo, nuestro héroe de los peludos abandonados. Y de la grandiosidad de sus paisajes.

Tengo hambre y sed de todo ello. Necesito comprobar que por la noche me cubre un inmenso manto estrellado, en un cielo puro y limpio iluminado únicamente por las estrellas. Necesito oir los sonidos del bosque, disfrutar de su silencio, buscar entre sus hayas, helechos y musgos aquellos seres de cuentos infantiles que pueblan la imaginación de los niños, los Trasgus, las Xanas, los Daños o las febras o cualquier otra criatura que dicen las gentes que viven aquí que pueblan estas tierras.


Una vez más, elijo Asturias para una escapada otoñal. Ya es la octava vez que mi destino termina en estas tierras y la primera que busco descubrir este pequeño y escondido rincón del valle de Ponga. Como siempre, temo sus carreteras, y como siempre, me lanzo a ellas. No puedo resistirme a su atracción.

La primera vez que oí hablar de él fue al taxista que, después de hacer con nuestros hijos hace unos años la Ruta del Cares, nos llevó de vuelta al punto de partida. Y es que ya entonces, pese a poder asumir doce kilómetros  andando,  dudaba de que pudiera hacer relativamente cómoda los veinticuatro que con la vuelta sumaban. No sin sufrir. Y anoté en algún rincón de mi memoria este paraje del que tan bien me habló dejándolo pendiente.

No es un espacio muy conocido y popular, la mayoría sabe de Somiedo, unos pocos menos, de Redes y muchos menos aún, Ponga así que la información sobre él no era extensa, solo la proveniente del propio parque a la que tuve que sumar la que conseguí de rutas que se podían hacer, porque nuestra principal actividad sería caminar, o lo que ahora llaman “practicar senderismo”. Y dentro de esas rutas, las asequibles a nuestras fuerzas, que van mermando con la edad. En nuestra memoria aun la caminata por Redes el otoño pasado en la que nos perdimos y estuvimos andando cerca de 10 horas sin parar, sin agua y sin comida y con el 112 siguiendo nuestros pasos (http://angeles-parqueredes1.blogspot.com/)

En cuanto a áreas de servicio para autocaravanas, nada, la más cercana en Cangas de Onis y moverse por estas carreteras, por pocos kilómetros que sean, supone una considerable inversión en tiempo y esfuerzo. Así que teníamos que administrar las “aguas” en todos sus sentidos  lo mejor que pudiéramos  aunque recalamos en Saldaña rellenando lo poco que habíamos gastado, pero cualquier litro de agua sería bienvenido.
En cuanto a sitios donde aparcar nuestros vehículos y pernoctar, más bien escasos y para llegar a ellos hay que aguantar la respiración y cruzar los dedos para no encontrarse con nadie en sentido contrario. Pero entro ya en la materia

Paraje de Les Bedules. Concejo de Ponga, Asturias, jueves 11 de octubre.
Saldaña y Bosque Peloño

El miércoles día 10 partimos rumbo a San Juan de Beleño, corazón del parque, y después de pasar el área para autocaravanas que había en Carrión de los Condes por no gustarnos mucho –quizás la encontramos un poco apartada y con escaso encanto- decidimos quedarnos en la de Saldaña, pequeña, tranquila y algo más acogedora (42.51861   /-4.74111).

Por la mañana y en un día gris y lluvioso, como ya estaba pronosticado, y antes de seguir nuestro camino, dimos un corto paseo hacia el casco histórico para disfrutar de su plaza vieja, preciosa y típica plaza castellana rodeada de soportales, y de la cercana y curiosa “casa torcida”.

Antigua plaza mayor de la Villa, la plaza vieja remonta sus orígenes a los siglos X-XI, época de esplendor del Condado de Saldaña, aunque el conjunto actual es en gran parte obra del XVI al XVIII.  Es de una gran belleza con esa  elegancia que da la sencillez y es considerada como uno de los elementos urbanos mejor conservados de la Comunidad castellano-leonesa, restaurado a finales del siglo pasado  y declarado Conjunto Histórico Artístico.

Muy cercana, la casa solariega del Marqués de Valdavia, del siglo XV-XVI y con una soberbia y noble fachada principal y casi frente a ella, la casa torcida, también del XVI y que presenta una fachada poco común, en entramado que deja ver los materiales  destacando su aspecto torcido  desconociendo si se debe a un hundimiento del terreno por posibles filtraciones de agua o si se construyó con esta estructura para facilitar la carga y descarga del grado.



Después de comprar pan, regresamos al área donde contemplamos un curioso espectáculo: el de un grupo de pavos reales paseando tranquilamente por las calles aledañas. Y ahora asocio estas aves con el curioso ruido  que escuché esta mañana y que se parecía a graznidos de ocas pero que no conseguí identificar.

Y continuamos nuestro camino en esta mañana lluviosa, algo triste, hacia el norte, transitando primero por desolados parajes castellanos, llanuras y rectas interminables para después del inmenso pantano de Riaño transformarse en un paisaje montañoso de carreteras tortuosas. Nos internamos en León y encaramos el Puerto del Pontón, dejando atrás la señal que nos enviaba al puerto de Tarna, puerta de entrada sur hacia el hermoso parque de Redes. Ahora los pinos y los chopos han sido sustituidos por robles que a su vez se han ido mezclando con las hayas y el paisaje se ha ido pintando de colores verdes pero también ya de algún que otro color de otoño, ocres, dorados y rojos, que se mezclaban alegrando algo este día gris.  Las inmensas moles de los Picos de Europa se extienden ahora a nuestra derecha y descendemos hasta el río Sella, frontera entre León y Asturias y que ha excavado el hermoso desfiladero de los Beyos por el que discurrimos cautivados por sus inmensas paredes graníticas.


Hemos circulado despacio, empapándonos de toda esta belleza  hasta que una señal nos ha desviado hacia la PO-2, hacia Viego y San Juan de Beleño, corazón de Ponga.

La carretera se ha estrechado y ha comenzado a ascender a veces vertiginosamente con curvas sinuosas que en alguna ocasión cambiaban de sentido. No hemos podido pasar de segunda y la lluvia no ha ayudado nada en nuestra ascensión y menos aun el encuentro con  un grupo de vacas con sus terneros que estaban justo en medio de la carretera y que decidieron permanecer allí, con esa parsimonia que las caracteriza. Cuando me disponía a salir, una de ellas en una actitud desafiante se ha atravesado justo delante volviendo su cabeza amenazadoramente hacia nosotros, así que prudentemente he permanecido en el interior hasta que la buena vaca ha decidido quitarse. Por suerte, mi infancia ha estado poblada de estos animales. En aquella época abundaban las vacas avileñas, esas negras y algunas con buena cornamenta, que a la caída del sol deambulaban libremente por las calles en busca de sus cuadras, y sé que a veces, pueden ser traicioneras.

Hemos  continuado la ascensión que parecía que no iba a acabar hasta que el navegador pretende enviarnos por un camino hacia el destino elegido de hoy, el paraje de Les Bedules. Lo dejamos atrás hasta que un poco después aparece otra, y esta sí que posibilita la llegada a través de una estrecha pista hormigonada que continúa en ascenso.

Y aquí estamos ahora, en un aparcamiento a un kilómetro y medio de la carretera y a casi 1100 metros de altura, rodeados de una completa oscuridad y un silencio casi total roto solo por las fuertes rachas de viento.

Y me vais a disculpar que no anote las coordenadas. Lo voy a poner un poco más difícil. Estoy en mi creencia de que este gran crecimiento de los que algunos llaman “sector del autocaravanismo” está introduciendo mucha gente que carece de la filosofía imprescindible para viajar de esta forma. Lo diré hasta aburrir: viajar en autocaravana es una forma distinta de viajar, ni mejor ni peor, distinta, y entraña un espíritu determinado, toda una filosofía que si se desconoce y no se aprende asumiéndola rápidamente,  terminará por destruirnos. Nos confinarán, en el mejor de los casos, a guetos vallados, asfaltados u hormigonados junto a las carreteras. Así que no quiero contribuir a que cualquiera que viaje en autocaravana  porque  así “es más barato viajar” acceda a estos rincones mágicos sin la “reverencia” necesaria al efecto. Me explico: principalmente respetando no sacar ningún elemento al exterior y manteniendo el silencio y la paz del lugar. En una palabra: como si no estuviéramos allí y únicamente nuestro vehículo delatara nuestra presencia. Pero nada más. Y cuando lo dejamos,
como si no hubiéramos estado.

Al que participe de esta filosofía le sobrará cualquier explicación más.
  
Pero cuando llegamos  a este aparcamiento alrededor de las 13 horas, la lluvia continúa. Decidimos comer y hacer tiempo. Nos damos hasta las 16 horas. En nuestra espera, la lluvia  cesa,  pero  es sustituida por una niebla que se hace cada vez más densa. Tenía previsto caminar hacia el bosque Peloño, un bosque de hayas que leo que es de los mejor conservados de la península. Si bien se puede andar durante muchos kilómetros pudiendo alargar esta ruta hasta casi 20, en el centro de interpretación me dijeron que el bosque comienza a los dos y se va haciendo más denso según se avanza y que el camino es una cómoda pista.

Mientras que esperamos y descansamos no dejamos de ver a dos perros que permanecen a la intemperie, mojados, y con mirada triste. Una hembra de mastín, blanca y joven,  escuálida, y un macho negro de otra raza que no identifico y de menor tamaño. Los dos parecen estar juntos y pienso que serán de algún ganadero. Me acompañan por el corto paseo que doy por la pasarela que conduce a un mirador que se asoma a los dos valles. Pero no veo nada. La niebla lo cubre todo. Me dan pena y como Tula ha decidido que no se come su pienso, se lo doy a ellos. Sorprendentemente lamen hasta las piedras y el macho negro ha cedido su comida a la hembra. Pienso que no les deben alimentar muy bien.

Cerca de las 16 horas la niebla no se ha disuelto aún, así que decidimos arriesgarnos y salir a dar un paseo, lo que el tiempo nos permita y la niebla también. Vemos que llega un todo terreno del que desciende un ganadero que trae trozos de pan que echa a los perros y nos dice que están abandonados allí desde hace una semana, incluso que el negro estaba atado y consiguió romper sus ligaduras. Y me invade una enorme pena y tremenda indignación. No comprendo que pueda haber gente así, que dejen a su suerte y comenzando el invierno a unos seres  que de todas las cualidades que tienen, la fidelidad es la mayor y que por tanto permanecen sin moverse esperando a que sus dueños regresen a por ellos. Ellos jamás lo harían. Los que tenemos perros lo sabemos muy bien.

Y deciden acompañarnos en nuestro paseo, los dos inseparables. Se adelantan y nos esperan, se van, y regresan junto a nosotros. 

Caminamos por una ancha pista forestal prácticamente plana que se extiende por la ladera de la montaña. La niebla no cesa y no vemos nada a lo lejos. A los pocos kilómetros aparecen ya las hayas mezcladas con otros ejemplares de árboles, acebos, helechos….Los jirones de las nubes, al deshacerse nos dejan atisbar alguna que otra cima. Las nubes parecen jugar con ellas: suben, bajan o se mueven cubriendo primero una cima o despejando otra….

Continuamos nuestro paseo y casi sin darnos cuenta las nubes comienzan a disolverse mágicamente y ante nuestros ojos, a nuestra izquierda se abre el grandioso espectáculo del macizo occidental de los Picos de Europa. El desfiladero de los Beyos queda abajo.

A unos 5 kilómetros del inicio la pista nos hallamos frente a un hermoso praderío formado en un collado donde entre los verdes prados, las hayas y las cimas dibujadas al fondo, aparece una cabaña de pastores en la que el color rojizo de sus tejas contrasta vivamente con el resto de tonalidades verdes. Es la collada Granceno, situada a casi 1.200 metros de altitud, al parecer el punto más alto de la ruta.

A nuestra izquierda una fuentecilla de la que apenas cae un hilo de agua y con el que a duras penas consigo mojar mi boca. De aquí salen varias pistas, una de ellas lleva hacia el roblón de Bustiellos, un viejo roble milenario del que nos separa tan solo un kilómetro. La pista continúa. En un principio pensamos acercarnos a ver este roble, pero la hora nos disuade. Son ya las 5,30. Una hora entre ir y volver, fácil,  y otra hora y medio en volver nos ponían justo en las 20 horas. Si no pasaba nada, nos daría tiempo a ir y volver sin mayores problemas, pero si no, …recordamos la experiencia del año pasado en Redes, así que decidimos regresar por donde habíamos venido.

Y ahora la niebla ha levantado dando paso al sol que ilumina un escenario de película. Las poderosas cumbres calizas del macizo occidental de los Picos de Europa, verdes prados con distintos tonos de verde, imponente hayas, algunas de un considerable porte, y el sol bañando el realzando la belleza de todo el conjunto. Fascinada por todo el entorno continuamos nuestro regreso siempre acompañada por nuestros provisionales amigos peludos, que de vez en cuando se pierden para aparecer de nuevo juntos. Descubrimos que la hembra estaba en celo y nuestro peludo macho consiguió montarla. Ya lo dice el dicho “al perro flaco, todo se le vuelven pulgas” así que la pobre hembra se encontraría con una sorpresa, y no estaba en las mejores condiciones. Y me sentí solidaria con mi sexo.

Al llegar abajo encontramos una camper con una pareja de vascos y dos perros. Cuando hablábamos con ellos bajó un ganadero que ya antes nos había preguntado cuando estábamos paseando, si los perros eran nuestros. El hombre nos confesó que había intentado coger a la hembra pero que se había quedado con el collar de la mano, que eran desconfiados y que ya que parecía que se fiaban más de nosotros a lo mejor podríamos cogerlos y él los bajaba al pueblo. Por supuesto que accedimos, pero nos costó. La hembra se negaba entrar y era muy grande, pero lo conseguimos. La ató con una cuerda al asiento del coche. El macho tampoco parecía convencido de querer entrar en el land rover, pero lo metimos. El siguiente paso era qué hacer con ellos. Ya nos habían dicho que la alcaldesa lo sabía y no parecía haber hecho nada, así que los vascos llamaron al 112 que una y otra vez dijeron que ellos no podían hacer nada. Yo llamé paralelamente a la guardia civil. Dos intentos ya que el primero, al SEPRONA, no dio resultado y el segundo al teléfono principal ya sí, pero más de lo mismo. Ellos podían investigar un posible delito de abandono de animales, pero nada más, ni podían quedarse con ellos ni tenían instalaciones adecuadas y que había que esperar al lunes. Más de lo mismo. El pobre ganadero se desesperó y dijo que él tampoco podía tenerlos. Al final, como siempre, este tipo de situaciones se solucionan con la buena voluntad de la gente y llamó a un familiar que tenía contacto con protectoras quien le dijo que se haría cargo cuando regresaran de su viaje. Así que Segundo, que así se llamaba, se bajó a los dos perros. Yo respiré. Abajo tendrían más oportunidades. ¡qué buena gente queda por ahí! Y comprometida, porque nosotros, viendo la situación, no hubiéramos hecho lo que él. En el mejor de los casos, una vez de regreso en Madrid, intentar contactar con protectoras a través de algún compañero y que estas protectoras a su vez contactaran con las de Asturias a ver si se podía hacer algo y para eso tomé varias fotografías de ambos. Pero él, hizo más.

Después, cayendo ya la oscuridad a nuestro alrededor, me acerqué al mirador para descubrir el paisaje que nos rodeaba y que había permanecido oculto por la niebla: el valle del río Ponga a la izquierda con el pico Tiatordos de casi 2000 metros de altura,  y lucecillas titilando que comenzaban a iluminar la noche que se cernía, y por el otro lado,  el del Sella, con el desfiladero de los Beyos y el macizo occidental de los Picos de Europa.

Ahora, mientras que junto estas palabras, la completa oscuridad nos rodea. Es sobrecogedora.  Y el silencio. Me sentía abrazada por toda esta inmensidad y grandeza, por toda la belleza que me rodeaba.

Ya solo nos quedaba cenar y descansar.  Y como no, siempre me gusta salir a contemplar el cielo y pese a estar en lugar tan solitario y carente de iluminación artificial y a una buena altura, las estrellas no brillaban con la intensidad que he visto en otros lugares.

viernes 12 de octubre. Senda del Valle de Ponga

Por la noche se levantó un fuerte viento que en alguna de sus rachas zarandeaba la autocaravana. Al estar debajo de una gran haya las ramas movidas por este viento  prácticamente no dejaron de golpear el techo. Me desperté a las 5,30 y el ruido producido no me dejaba conciliar el sueño de nuevo así que recurrí a la radio y los cascos y en un duerme vela conseguí continuar mi sueño hasta las 8,30

Unos minutos después de esta hora llegaron dos coches. Un 4x4 que paso al otro lado del paso de animales y un turismo del que salieron cinco abueletes de buen aspecto y que comenzaron a ponerse todo el aparataje de caminatas. Me dieron envidia. Yo  que me creo más joven que ellos, me canso y los pies me limitan mucho. Mi última avería en la carcasa ha sido el diagnóstico de un neuroma de Morton en el pie derecho...pero es que el izquierdo también se resiente.

Pero no me distraigo y vuelvo con mis abueletes  con un aspecto tan saludable y que resultó ser pura apariencia ya que se metieron en el 4x4 y a hacer el camino que hicimos nosotros ayer, pero sobre cuatro ruedas. Llegarían más lejos, y se cansarían menos.

El día amaneció espléndido, con alguna nube que otra pero con un sol espectacular. Desayunamos y descendimos a San Juan de Beleño, al fondo del valle, aparentemente, porque comprobamos que se podía bajar aún más.

Afortunadamente en nuestro camino no coincidimos con ningún 4x4 que subiera por la estrecha pista  porque ayer comprobamos que venían bastantes ganaderos a atender a sus animales.

La carretera desciende sinuosa y poco  a poco vamos perdiendo altura hasta llegar  a San Juan. Aparcamos en el Centro de interpretación y aunque buscamos algún que otro sitio para  poder pasar la noche, no encontramos nada mejor.

En el Centro nos dieron planos de las dos rutas que queríamos hacer así como otra información y nos sugirieron un área recreativa a pocos kilómetros junto a un hotel, en la carretera que desciende hasta sellaño para poder pasar la noche.

Así nos preparamos  para afrontar la ruta de hoy, la del valle del Ponga y aunque el recorrido  era de unos nueve kilómetros llevándonos previsiblemente unas cuatro horas con tranquilidad, pudiendo estar de regreso para comer en la autocaravana, decidimos llevarnos comida  y aprovechar el avituallamiento para el descanso.

Comenzamos descendiendo hasta el río  acompañados por un frondoso y verde  paisaje húmedo y muy sombreado con la impresionante mole del Tiatordos al fondo. La senda es cómoda y bien señalizada. 


Nos vamos introduciendo entre la vegetación de enormes castaños y  avellanos  principalmente para terminar frente a un enorme paredón, una garganta por la que discurre un riachuelo cantarín.

Allí se puede subir a un pueblín que dista un kilómetro (mas otro de vuelta) por una senda que sale a la izquierda, o continuar por la derecha cerrando el círculo de este sendero. Y esta última opción es la que elegimos. Hay que ahorrar fuerzas sobre todo porque nos han avisado del tramo final, de unos 400 metros de fuerte subida.


Continuamos hasta llegar a una deteriorada carretera a la que dan  cuatro casas y media y allí seguimos hasta otro pueblo de mayor tamaño. Hemos salido a un paisaje abierto. Atrás hemos dejado bosques de frondosa vegetación, de avellanos y castaños, de helechos y líquenes, para contemplar ahora un valle abierto con praderíos. Estamos justo al otro lado de San Juan de Beleño.

El pueblecito, Abiegos, tiene encanto. Algunos hórreos aparecen  salpicando rincones.



Dejamos la minúscula iglesia a nuestra izquierda para comenzar un pronunciado descenso por un camino de hormigón. 

En un punto determinado, bajo nuestros pies comienzan a crujir cáscaras. Me agacho y compruebo que tienen un tamaño que no había visto nunca, casi ocupa media mano. Y si en principio pienso que estarán vanas, o malas, no es así además de tener la cáscara tan frágil que las podemos partir casi con la mano. Así que allí nos entretuvimos un rato, recogiendo unas y dando buena cuenta de otras. Tomaríamos primero el postre.

Seguimos en pronunciado descenso hasta encontrar unos troncos  tapizados de musgo que nos invitaron a tomar nuestra comida. Pasaban ya treinta minutos de las dos.  Preparamos así nuestros bocadillos, aprovechamos para descalzarnos y descansar un poco y prepararnos para afrontar  lo más duro.

Continuamos descendiendo hasta el rio, atravesamos  un puente y comenzamos un suave ascenso. A esta hora se notaba el calor. Un poco después apareció la “rampa”. Nos habían dicho que unos 300 metros de pronunciado desnivel y fue así aunque a mí se me hicieron más. La ascensión parecía no terminar nunca y me vi obligada a hacer varias paradas, muy breves, solo para tomar aire y una un poco mayor. Hacía tiempo que una subida no se me resistía tanto. Supongo que la temperatura, la hora y la barriga llena no ayudaban. Y la edad, claro.

Unas cuatro horas después de haber comenzado la ruta dimos con la carretera que en unos quince minutos más nos dejó en el centro de interpretación. En total habíamos empleado  unas cuatro horas y media, con tranquilidad, que si unas castañas por aquí, ahora nueces o avellanas por allá, una fotillo o los bocadillos, y el final, duro. Así que ahora, pensaremos detenidamente la ruta a seguir mañana para sin escatimar esfuerzo, no derrocharlo ya que, como bien dice Angel, hemos hecho rutas así, con esas pendientes, pero ya no tenemos esos años.

Ahora teníamos que buscar un sitio donde dormir y descansar, así que nos dirigimos al área recreativa indicada en el centro de interpretación. Pero cuando llegamos, encontramos un aparcamiento  en batería que está en la misma carretera y además parece propiedad del hotel, así que decidimos continuar buscando.

Yo había visto a través del google earth una ermita en un pueblecito, -que en la línea que he comentado al principio, ni describo más, ni anoto sus coordenadas-  pero ni sabía cómo era la carretera, ni si se podría pernoctar porque el terreno así lo posibilitara.  Continuamos recorriendo los kilómetros de este pequeño valle de Ponga y tomamos después una desviación a la izquierda ascendiendo hacia el pueblo por una carretera justita. Cuando llegamos allí nos quedamos parados a la entrada y decido avanzar a pie. Nunca sabemos si nos vamos a quedar atascados en alguna calle de ancho imposible o altura amenazadora. Junto a la iglesia, en una pequeña plazoleta, encuentro un sitio, no muy bonito, pero para pasar la noche valdría, si no encontramos otra cosa mejor.

No obstante, una vez aparcados, decidimos recorrer andando los 700 metros que nos separaban de la emita por una estrecha carretera que solo permitía el paso de un vehículo en algún punto que otro, pero en buen estado y con buena visibilidad.


Y cuando llegamos…no lo dudamos. ¡Qué sitios elegían casi siempre para construir estas ermitas apartadas de las poblaciones!. Nos recibe una pequeña plataforma asfaltada, plana ante la que se abre como si fuera un balcón, unas espectaculares vistas al valle que forma el río Samedón. Así que regresamos a por nuestra autocaravana para quedarnos en este maravilloso lugar.  

Ahora, a las 19,30, cuando el sol se ha ocultado pero todavía hay mucha claridad, disfrutamos de unas vistas excepcionales. Estamos en un  balcón asomado al valle. Solos, con la única compañía de una casona detrás de nosotros que aunque está cuidada parece  deshabitada en esta época del año. 

Es un lugar único y hermoso. Algunos caminantes pasan por aquí pero solo eso. Están un rato y continúan su camino. Luego supimos que forma parte de una opción de regreso de la ruta que tenemos pensado hacer mañana, Sellaño-Samedón. Y a la puerta de la ermita, lo que encontramos en casi todas: su tejo centenario. De nuevo lo pagano se une a lo cristiano.

Estupenda ducha y ahora disfrutamos de nuevo de la paz, de la serenidad que exhala este lugar, y cuando estoy contemplando estos sitios donde la naturaleza ha sido tan generosa derramando belleza por todos sus rincones, aspirando la paz que me transmiten, quiero traer aquí a todos los míos, a mis hijos, a mi hermana, a mis amigos, en un intento vano de compartirlo con ellos.

Angel estudia la ruta de mañana para decidir sobre las dos posibilidades que tenemos de regreso pero lo que sí tenemos claro, es que volveremos a dormir a este maravilloso lugar.

Mantenemos el parabrisas abierto a la noche. Abajo, a nuestra izquierda titilan las luces de Tribierto  y hacia la derecha la media docena de Ambingue.

El silencio es roto por el ulular de algún cárabo, primero  cerca,  luego más lejos, parece inquieto...

Salimos a contemplar la noche. Siempre que puedo lo hago. Y …. ¡madre mía!  ¡qué cúpula más maravillosa!. Las estrellas parecían pintadas en esta espléndida bóveda negra y la vía láctea nos atravesaba de norte a sur. Espectacular. ¡Qué regalo!. Casi…parecía irreal de tan bella. 

Y me felicito a mí misma por ser capaz de disfrutar de estas cosas tan sencillas. Y es que es verdad que la belleza está en los ojos del que la mira y me congratulo de ser capaz de descubrirla, apreciarla y disfrutarla.

Este cielo no lo vimos la noche anterior y dudo que  podamos disfrutar de él la noche siguiente ya que están previstas lluvias a partir de las 00 horas y la entrada de los restos del huracán Leslie. Y este mal pronóstico meteorológico nos impulsa a regresar por la A-6 y circular el mayor tiempo posible por ella evitando así carreteras de montaña que por estos parajes son muy duras.

Sábado 13 de octubre. Senda Sellaño-Samedón

Y a las 22 horas estábamos ya en la cama y no me he despertado hasta las 6,45. Y creo que además  en la misma posición en que caí. Continúo en la cama y creo dormirme a eso de las 7,30 para despertarme después de quince minutos pasadas las ocho.

Amanece un día también espléndido, así que  recogemos y decidimos bajar a Sellaño para asegurarnos tener un sitio donde poder dejar la auto ya que cuando pasamos ayer por allí vimos cuatro casas y sitio más bien escaso para aparcar.  Desayunaremos allí, además de intentar conseguir pan,  lo que hice al preguntar a una vecina a la que vi salir de su casa con su saquito de tela. Me dijo que estaba a punto de pasar el panadero, así que bajé junto a ella charlando y  pudimos coger una buena barra casera para hacernos unos bocadillos decentes.

Nos preparamos para partir: unos trozos de tortilla de patata, unas rodajas de chorizo, tomate  y el pan, con nuestro melón y agua. Si regresábamos pronto, comeríamos en la auto, e incluso podríamos seguir el consejo de nuestra "vecina" sobre un sitio en el pueblo para comer, o y si no, nos tomaríamos un bocadillo sobre la marcha.

Partimos sobre las 10  a hacer un recorrido con una duración prevista de cuatro horas así que podríamos estar de regreso a la hora de comer; demorarnos un poco más tampoco importaría. Pero fuimos  muy optimistas. Y es que la ignorancia es atrevida.

Empezamos a caminar por un sendero que salía de la misma carretera que subía a Cazo y que discurría inicialmente paralelo a ella, pero por debajo y protegida del sol por enormes árboles con unos extensos y verdes prados a nuestra izquierda. 

Una señal al comienzo nos advierte de la peligrosidad de esta senda, señal a la que no hicimos caso pensando que exagerarían.  ¿qué dificultad podríamos encontrar en una ancha pista plana?. Comprenderíamos después el
motivo.

Trepamos por  una subida corta pero intensa y la volvimos a bajar. El camino aquí es ancho y tapizado de verde y se interna hacia la izquierda por el barranco que forma el río Samedón. Seguimos siempre a la derecha del río cantarín y algo escandaloso en algunos tramos que vamos dejando abajo poco a poco. Luego nos elevamos sobre él  y caminamos con una pared rocosa a nuestra derecha.

Pasamos un puente de hormigón a cuyo extremo encontramos una “puerta” cerrada. Y lo pongo entre comillas porque la tal puerta consistía en un somier de muelles colocado en posición vertical y cuyos goznes eran unas cuerdas. Había visto somieres y cabeceros de cama en los campos colocados como vayas, pero era la primera vez que lo veía como puerta. Abrimos, pasamos y cerramos tras nuestros pasos dejando ahora el río a nuestra derecha y circulando por un túnel de vegetación que se cerraba a ambos lados y sobre nosotros. Precioso todo.


Comenzamos a internarnos ya en bosque de robles y castaños y tras una subida contemplamos al otro lado otro puente que cruzaba el río,  algo rudimentario ya que eran unos viejos travesaños de madera sin quitamiedos a los lados. Para adelante. 


Después, nos hallamos frente a otra hilarante imagen, ahora la de una puerta de un frigorífico a la que habían hecho sus taladros y puesto unas cuerdas como goznes. En su día fue puerta de nevera y ahora también cumplía la misma función, en un lugar…diferente. Pensamos en cómo ahora se ha puesto de moda hablar de reciclaje, algo que nuestros abuelos han practicado toda su vida.  

Las tres cuartas partes de este paseo nos resultaron muy cómodas y bonitas, pero de pronto todo cambia y comenzamos a movernos por el lado derecho del río, por un sendero –por calificarlo de algo- estrecho y entre piedras afiladas, hojarasca y resbaladizo musgo que nos obliga a bajar muchas veces sobre nuestras posaderas asegurando cada uno de los pasos que damos. Yo me preocupo y me enfado. No tenemos ninguna necesidad de arriesgarnos de esta manera y muchos menos teniendo un gran viaje en un mes, (con billetes comprados desde hace ocho) pero Angel dice que continuemos que se acabará pronto, como así comprobamos después. Son unos 300 metros, pero preocupantes. Supongo que la edad influye en esta percepción ya que no tengo ni la elasticidad ni los reflejos que tenía con 30.


Pero después de este mal trago  nos encontramos frente  a un puente de hierro pero...en su inicio faltaba un tramo que habían intentado cubrir  con unos tablones carcomidos a los que habían añadido,  y menos mal, una sólida viga de hierro. Sujetándome por las tirantas laterales pasamos bien este tramo. Luego, una vez en el centro su oscilación era considerable, pero  seguro. Lo peor nuestra compañera peluda, que valiente, lo intentó, pero no la debió de parecer lo suficientemente seguro y regresó. Decidimos que Angel la llevara en brazos y pasara con ella. La pobre, ni se movió. Parece que intuyen lo que deben y no deben hacer.

Estaba resultando ser una senda muy variada y entretenida, vista con optimismo.


Continuamos caminando por un hermoso y umbroso bosque de castaños y avellanos para comenzar a ascender vertiginosamente  por una estrecha senda algo complicada, que terminaba en un hayedo. Allí una alambrera de espino nos detiene buscando un lugar seguro para pasar. Ahora tocaba hacer contorsionismo ¡Vaya!, no se podía decir que la senda fuera aburrida.  Estábamos teniendo de todo.

Buscamos las señales  de continuación de la senda y gracias a la descripción que llevábamos de ella la encontramos sin mayores problemas ya que, efectivamente,  continuaba detrás de una enorme haya pero no era muy visible.

Luego otra subida pronunciada, estrecha, camino de cabras y al sol para internarnos de nuevo en un precioso bosque donde las hayas y los robles se mezclaban. El suelo tapizado de musgo y helechos, como casi todo el recorrido. Ahora el camino se desliza faldeando. A nuestra izquierda se abría un  profundo abismo. Un mal paso....y al fondo del barranco. Trato de evitar palos, piedras redondas, etc.,  todo lo que me puedan hacer resbalar, aunque  tengo que decir que al principio de la ruta resbalé al pisar una vulgar manzana. Cualquier cosa. Todo cuidado es poco.

Y por fin vemos una cabaña de piedra al fondo, el final de la ruta. Esta cabaña aparece en lo alto y en medio de una collada. Frente a ella se abre una muy pequeña explanada arbolada de sauces donde  descansamos tumbados a la acogedora sombra de uno de ellos.

No se oía nada. Tan solo el trino de los pajarillos y el ruido del río al fondo de la garganta.  Y nada más. Y  nada menos, porque era todo un lujo, de esos que son difíciles de conseguir, gratuitos y por ello mismo, menos apreciados. Por algunos, claro, no por nosotros que consideramos que no tenía precio. Permanecimos allí, tumbados, no recuerdo cuanto tiempo. Bromeando le dije a Angel que se había acabado el  resto del mundo y nos habíamos quedado solos.

El paisaje que contemplábamos desde allí era también espectacular:  por un lado, cimas arboladas que se alternaban con pedregales que se precipitaban súbitamente hacia el fondo del valle, descendiendo hasta el río, al igual que por el otro lado. Era un hermoso otero. Estábamos en el centro de un paisaje de postal.  Sobrecogedor y hermoso aunque no perdimos de vista la dureza de esta tierra, sobre todo en invierno.

Eran ya las 13 horas. Habíamos empleado unos dos horas y media en llegar, con mucha tranquilidad.

Decidimos recoger todas nuestras pertenencias esparcidas por el suelo, desde las mochilas, bastones, hasta los calcetines y las botas e  iniciamos el regreso.

Ya sin mayores problemas que los mismos que tuvimos en esos puntos determinados durante la ida.

Pasada la zona de mayor dificultad junto al río, y sobre las 14 horas decidimos aprovechar el tapiz que nos ofrecían unas rocas revestidas de musgo seco para degustar nuestros bocadillos y después continuar descendiendo suavemente.

Únicamente nos cruzamos con un grupo de tres adultos y tres niños. Me llamó la atención una mujer que iba maquillada, hasta los labios pintados. Debía ser de esas de “antes muerta que sencilla” y debió pensar que si la ocurría algo, por lo menos estaba bien arregladita. Yo ...toda despelujada, sudando, ….en fin, un desastre, y la edad no era ya que  cuando tenía 20 años  era igual, una imagen nada sexi antes, y menos ahora. Nunca se me ha ocurrido maquillarme para ir a la montaña. Pero bueno, para gustos los colores.  Mientras degustábamos nuestro delicioso bocadillo de pan casero con tortilla, chorizo y tomate, nos pasó también una pareja entrada en añitos a los que advertimos del tramo que tenían a pocos metros.

Cansados ya,  y sobre las 15,30 llegamos a nuestro punto de partida. Cinco horas y media. Esta ruta había resultado ser totalmente distinta a la que hicimos ayer. Eso estaba bien. Habíamos tenido un poco de todo: El primer día  la ruta  (bosque Peloño) discurrió principalmente a media ladera acompañados por imponentes cimas rocosas casi a la altura de nuestros ojos; el segundo, una senda lago más urbanita (Valle de Ponga), por pueblecillos, y la de hoy, más salvaje y abrupta, más  auténtica. Y si bien había sido más corta que la de ayer,  su dificultad en algunos tramos  alargó su duración y consiguió  mantenernos en tensión.

Una vez ya en Sellaño, llenamos las botellas de agua en la fuente que había en la misma carretera y subimos para pasar la noche en el mismo lugar que ayer. Descargamos un garrafón en el depósito para permitirnos una ducha que nos quitara el polvo y el calor del camino. Según nuestros datos, estábamos en el “límite de supervivencia sin suministros/vaciados” Habíamos salido el miércoles y desde entonces sobrevivimos con lo sacamos de casa. Pero comprobaríamos que sería suficiente.


Ahora a las 18,45 reposamos oyendo solo el graznido de los cuervos, el canto de los pajarillos y los cencerros de los vacas a lo lejos. Tula casi se ha desmayado. Pobrecilla, tiene ya más de 11 años y anda como una campeona. No se queja, no dice nada. Ahora dormita disfrutando al igual que nosotros, de la paz de este lugar.

De nuevo, el parabrisas de nuestra autocaravana se abre al verde valle y a las cimas y disfrutamos de esta serenidad. Mañana tendremos que regresar. Pero como siempre que estamos por tierras asturianas, nos llevamos nuestros ojos llenos de verde, de cimas, valles y montañas,… nuestros oídos cargados del ruido de los cantarines arroyos y de los pajarillos que pueblan sus bosques, olores a manzana, de las florecillas otoñales, de las nueces, de las castañas....


Y salgo y me sorprende el sonido del canto de un pajarillo en los tilos cercanos. Pero lo que más, un repiqueteo suave contra el tronco. Lo busco hasta descubrirlo. Pese a su escaso tamaño es inconfundible: boca abajo agarrado al tronco desafiando la Ley e la Gravedad. Se trata de un trepador azul que golpea repetidamente el tronco en busca de su alimento. Llamo a Angel y contemplamos por primera vez  esta ave en plena acción. Otro  precioso regalo. Según Angel,  sus golpes provocan que los insectos salgan y él se los come.


Por la noche de nuevo el ulular de las aves nocturnas, del cárabo, y el silencio. Y comienzan las anunciadas lluvias que golpetean la claraboya de la autocaravana insistentemente.

Habíamos decidido levantarnos con el sol para iniciar el regreso. Lo que más nos preocupaba era la velocidad de algunas rachas de viento que podían alcanzar los 100 km/h. Esto hacia peligrosa la vuelta por autovía, sobre todo en los adelantamientos. Así que cambiamos el trayecto inicialmente pensado para hacerlo por la autovía desde Gijón y decidimos regresar prácticamente por donde habíamos venido, exceptuando que evitamos la A-6 ya que la provincia de Segovia, Valladolid y Avila estaban en alerta por estos vientos, mientras que la de Burgos no la tenía.

En una mañana gris y lluviosa, pero sin viento, dejamos este paradisiaco lugar para salir del Valle de Ponga por la AS-261 y luego tomar la AS-625, de nuevo por el desfiladero de los Beyos. Salida mucho más fácil que por donde entramos a este valle, pero, como suele ocurrir, no tan hermosa. Este desfiladero era un punto delicado ya que durante nuestro viaje de ida habíamos observado desprendimientos, pequeños, en la carretera. Y de hecho nos encontramos una rama caída atravesada en la carretera aunque los servicios de limpieza estaban ya haciendo su función.

Incluso cesó la lluvia y apenas notamos el temido viento aunque íbamos siguiendo con atención las noticias que se iban dando por la radio y las que obtenía del teléfono móvil sobre el paso de la cola de este huracán. Lo más destacable, el tremendo atasco que casi trajimos desde Burgos. Cerca de la capital una gran densidad de tráfico y luego, retenciones esporádicas, más cortas, e incluso prolongadas, lo que alargó nuestro regreso más allá de lo previsto, pero a primera hora de la tarde ya estábamos en nuestra casa.


Tengo que añadir para finalizar que estas tierras me marcan de tal manera que tardo un par de días en adaptarme de nuevo. Me siento como si me hubieran expulsado del paraíso, como si me hubieran despertado de un hermoso sueño, como si me hubieran arrancado de un fuerte tirón sacándome de esa hermosa tierra. Esto, no lo siento cuando regreso de otros sitios.

En tan solo horas,  cambio  los distintos tonos del verde por el gris, los olores a manzana por el del gas-oil, el silencio y el canto de los ríos y de los pájaros, por el ruido de los coches, y la paz y serenidad se comienza a disolver, aunque el recuerdo permanece y me devuelven una y otra vez a ese valle, por aquellas sendas, ...

Y pienso que regresaré. Y seguiré buscando alguna Xana, o Trasgu, escondidos entre los helechos, saltando sobre el musgo o jugando entre los rayos de sol que se cuelan por las ramas de los robles y las hayas. 

Regresaré, como siempre lo hago, y no solo por mi rebeldía innata  para contradecir al poeta porque vuelvo a ser feliz en aquellos lugares donde una vez lo fui, si no porque también me siento parte de esta tierra.

Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Noviembre de 2018



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